EL TRIUNFO DE MILEI

NADA FUE SUFICIENTE


No fue suficiente la campaña quirúrgica de Massa, su performance en los debates o la militancia que recorrió el país. No fue suficiente el miedo a la privatización de la educación y la salud pública o a la posible legalización de la venta de órganos y portación de armas. No fue suficiente asumir que votarlo resultaba irracional sin pensar en la irracionalidad que implica votar al ministro de Economía del 142 por ciento de inflación. Con más del 55 por ciento de los votos y un triunfo en 21 de los 24 distritos del país, Javier Milei se convirtió en el presidente electo de Argentina. Nada fue suficiente.

Por: Emiliano Gullo

Sebastián N. Ortega

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Fotos: Matías Baglietto

La noticia llegó temprano. Mucho más temprano que los bocas de urna, que los sondeos extraoficiales. Mucho antes. A las doce y media -justo después de que votara Sergio Massa- las cámaras de televisión captaron el momento en el que Javier Milei salía del Hotel Libertador, su búnker de las últimas semanas. Se subió al auto negro que lo llevó a votar a la UTN de Almagro. Antes de desaparecer detrás de los vidrios polarizados, levantó la mano y saludó. Y hubo algo que llamó la atención, algo extraño en su rostro plegado de muecas furiosas: Milei sonreía. 

Tres horas después, sus asesores confirmaron en off una información que parecía una exageración y al final resultó mesurada: “Hay optimismo, ganamos por seis”. Fue por más. Serían once, doce puntos de diferencia. Un aplastamiento absoluto a todas las medidas de campaña. Como un efecto óptico, la sensación de cercanía a la meta se fue desvaneciendo a medida que pasaban las horas. Porque no fue suficiente la campaña quirúrgica y científica de Massa, ni su performance en los debates. No fue suficiente la militancia de muchos y muchas que se pararon en subtes, colectivos y trenes a advertir del peligro Milei. “Porque más allá de lo conmovedora que puede ser la micro militancia, si esto no va acompañado por políticas públicas e inclusivas el alcance es mucho más corto del que hubiéramos pensado —dice la socióloga y escritora Maristela Svampa—. No alcanzó la micro militancia porque, en definitiva, los números no cierran en esta Argentina”.

No fue suficiente, tampoco, el miedo a perder los derechos a estudiar y a tener salud pública, ni el apoyo que recibió Milei de los genocidas detenidos, ni las amenazas de muerte de sus adeptos con el Falcon verde o el ninguneo a la causa Malvinas. Tampoco alcanzó con denunciar su desprecio hacia las mujeres, su homofobia, la promesa de derogar la Ley de interrupción voluntaria del embarazo o del Matrimonio Igualitario. No fue suficiente insistir en lo siniestro de su propuesta de vender órganos y armas libremente. No fue suficiente, en definitiva, acusarlo de querer comprar y vender absolutamente todo. Incluso los mares. 

Más de la mitad de la Argentina —ganó en 20 provincias y en la Ciudad de Buenos Aires— votó a un partido político con vínculos afectivos, personales y materiales con la dictadura militar representados en la figura de la vicepresidenta electa Victoria Villarruel.

¿Por qué no fue suficiente? “Porque el gobierno de Alberto Fernández fue malo y casi siempre las elecciones se resuelven por continuidad versus cambio”, dice el doctor en Ciencia Política Sergio Morresi. Y continúa la enumeración: “Porque la derecha mainstream, tradicional, jugó junto con la derecha radicalizada, algo que en realidad ya venía haciendo incluso cuando pensaba que podía ser cabeza y no cola; porque desde el oficialismo se jugó a levantar a La Libertad Avanza bajo el supuesto de que era un mejor escenario para el peronismo; porque en las provincias el rechazo a la política ambacéntrica que viene practicando el peronismo desde hace años encontró un límite”.

En una época de subjetividades arrasadas y deforestación total resultaba peligroso apostar a la destrucción del roto, como ocurrió en el último debate entre Milei y Massa. No fue suficiente asumir que votar a Milei resultaba irracional sin pensar en la irracionalidad que también implicaba votar al ministro de economía del 142 por ciento de inflación. 

Quizás hubo una apuesta ciega a la eficacia simbólica del privilegio de los más poderosos sin percibir los privilegios propios de los enunciantes. Una falta de comprensión de lo que las mayorías excluidas percibían de ellos, tanto de los políticos que pedían su voto como de los sectores medios progresistas. Esas mismas voces que intentaron sumar voluntades en la frontera del voto huérfano no pudieron tolerar que cientos de miles -probablemente millones- de alguna manera expresaran su intención de participar en su propia destrucción.

Sobre el escenario armado en la esquina de Dorrego y Corrientes Sergio Massa habla una hora antes de lo previsto. Está de pie. Pero ya no hay nada que hacer. “Los resultados no son los que esperábamos. Javier Milei es el presidente que la mayoría de los argentinos votó para los próximos años”.

Un par de horas antes, en esa misma esquina, circulaba el rumor de que algo no andaba bien. Aunque los bombos seguían sonando y los redoblantes de los sindicatos no paraban de rebotar, algo andaba mal. La militancia lo sospechaba. Una pareja esquivaba puestos de choripán con cara de preocupación. Rocío es arquitecta y su novio Matías trabaja en un ministerio. Los dos tienen 38 años y la misma cara de miedo. “Escuchamos que se podía perder y me dio una angustia terrible. Por la violencia que se viene, la represión sobre las manifestaciones públicas, la reivindicación de la dictadura”, dice Rocío. 

“Ya vivimos todo esto con Macri pero ahora va a ser peor —dice Matías—. Los medios de comunicación empujaron para que pasara esto y la crisis económica y social es un caldo de cultivo para que gane Milei”.

En esa misma esquina, un hombre junto a su esposa, su hijo de un año y su hija mayor se abren paso entre los bombos hasta que frenan para quedarse con una vista perfecta del escenario. Se llama Miguel, tiene 47 años, su padre está desaparecido. Vive en Exaltación de la Cruz y vino al búnker para defender la democracia y sumarse a un festejo que finalmente no sucedió. Como Rocío y Matías, cree que algo falló: “Llegamos a este punto porque no hubo coraje ni decisión política. Alberto tuvo la posibilidad de hacerse de recursos millonarios con la Hidrovía y Vicentin y no tuvo los huevos para hacerlo. Con un gobierno así es muy difícil que las cosas vayan bien”.  

Miguel también apunta a la estrategia de “despolitización política para hacer política” que tuvo Milei y a un contexto mundial en el que avanza la ultraderecha. Miguel piensa las causas por las que se llegó a un ballotage contra un negacionista y se indigna con la idea puntual. No lo dice explícitamente pero habla de justicia social. “Todos tenemos que salir de la misma línea de partida. Eso es lo justo. Eso es lo que todos tenemos que tener, esa misma oportunidad de vida”. 

Apenas 10 minutos le tomó a Massa reconocer la derrota. Antes de las 21, el búnker de Corrientes y Dorrego ya estaba prácticamente vacío.

Cuando Massa tomó la decisión de subir al escenario del búnker, en el Hotel Libertador, sede de la Libertad Avanza, ya festejaban como ganadores silenciosos. Los dirigentes se abrazaban aunque los zócalos de las transmisiones en vivo no dieran la cifra definitiva aún. La tendencia era irreversible pero los seguidores que se concentraban en la puerta del hotel todavía no se animaban a festejar. Hasta que desde el Complejo Art Media se anunció la aparición inminente de Sergio Massa. “Va a reconocer la derrota, ganamos, ganamos”, empezó a repetir un grupo de libertarios con pañuelos amarillos y negros, los colores del anarcocapitalismo. Y después la multitud hizo tronar su hit. 

—¡Tiene miedo, la casta tiene miedo! 

Y su variante más persecutoria: 

—¡Tiene miedo, Cristina tiene miedo!

Mientras tanto, un león de peluche se había subido al camión de la LLA para agitar el festejo. Con una bandera argentina atada al cuello como bufanda, la mascota libertaria agitaba a las personas para que elevaran los cantos de la victoria. Y el dólar, principal protagonista de la noche, apareció en distintos formatos. En tamaños de banderas o en pequeños carteles con la cara de Milei, la moneda de Estados Unidos fue la estrella desde que los libertarios comenzaron a llegar al hotel apenas pasadas las 18. 

Javier Milei subió al escenario con una primera señal. Detrás suyo, como si fuera una película de bajo presupuesto, la pantalla anunciaba que era el nuevo presidente de Argentina con un símbolo circular igual al que usa el presidente de Estados Unidos en las conferencias de prensa de la Casa Blanca.

***

Una idea circulaba con fuerza en los equipos de Unión por la Patria: “Massa no puede ganar pero sí puede perder Milei”. La noche previa a la votación, en el entorno del candidato se mostraban tranquilos. Desde el 24 de junio, cuando cerraron las listas y comenzó la elección más eterna -y angustiante- desde 1983, el comando de Massa dividió la campaña en tres etapas, del extremo hacia el centro. 

La primera tarea fue fidelizar el voto kirchnerista. Que ese ¿30 por ciento? no se fugara a otras opciones. Hoy parece una tarea sencilla. Pero en ese momento, y hasta después de las PASO, para muchos kirchneristas la idea de votar al ex intendente de Tigre era, cuanto menos, desagradable. Juan Grabois decía, entre otras cosas, que Massa era «un candidato que plantea un giro a la derecha desde el punto de vista conceptual, macroeconómico, de una relación con el Poder Judicial y grupos empresarios”.

Para el comando massista en esa primera parte “fue más importante la marca y un discurso ordenador, orientado a la cotidianidad de la militancia, para a traccionar los votos que no eran naturalmente suyos”. La segunda parte, ya en las generales, apuntó a mostrar propuestas. Massa ya no se dirigió al núcleo K sino que buscó ampliar contrastando con las ideas de Bullrich y Milei. Dejó de hablar el idioma tradicional del kirchnerismo y atacó las propuestas que tenían que ver con las armas, órganos, malvinas, dolarización, privatizaciones, tarifas. 

El ballotage fue la tercera etapa. 

—Acá somos vos o yo, Javier; vos o yo. 

La industria electoral del progresismo brasileño aportó los cerebros que estuvieron detrás del triunfo de Lula contra Bolsonaro. Unos 20 asesores estudiaron cada unidad de sentido alrededor de la figura de Massa y su impacto, principalmente, en la juventud. Midieron todo con la precisión de un cirujano. Medida por medida durante la etapa de mostrar gestión, bloque por bloque en cada debate, gesto a gesto. Después de cinco meses de campaña lograron determinar los detalles claves en la sensibilidad libertaria. 

En efecto, se trató de una etapa personalista. De un lado, el racional; del otro, el loco. Una fuente que llegó temprano al Complejo Art Media lo graficó:

—Si lo tratabas de loco a Milei lo visibilizabas y podías ofender a sus votantes. De las Paso a las Generales no terminó creciendo como sí crecimos nosotros porque se trabajaron muy bien los aspectos negativos de Milei. Eso fue todo mérito de los brasileños. 

Pero no fue suficiente. Ni la campaña en redes, ni despegarse del núcleo kirchnerista, ni combatir las ideas libertarias, ni tratar de loco a Milei. Nada fue suficiente

Fuente: https://www.revistaanfibia.com/el-triunfo-de-milei-nada-fue-suficiente/

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